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Ingeniero en Industrias Alimentarias de la Universidad Nacional Agraria La Molina, pero que se dedica a un montón de cosas, como escribir en sus ratos libres. Gusta de política, economía, fútbol, música, entre otros. Hobby principal: investigación histórica, principalmente a la Guerra con Chile, y también investiga sobre el actual desarrollo de las empresas peruanas. Es coautor del libro "La Última Resistencia. La batalla en el Morro Solar de Chorrillos el 13 de enero de 1881".

sábado, 18 de abril de 2020

Primer combate e incendio de Pisagua en 1879


Tentativa de desembarco chileno en Pisagua, defendido por el batallón Ayacucho. Grabado de Scott en base al croquis de Henry Michel. Le Monde Illustré, 26 de julio de 1879.

Los reclamos de ciudadanos extranjeros a Chile por la destrucción de su propiedad

Hace 12 años, mi amigo Plinio Esquinarila me invitó a una reunión en la casa del jurista Vicente Ugarte del Pino en Barranco, ocasión que sirvió para conocerlo. Don Vicente, como lo llamaban sus amigos, me contó aquella noche varias anécdotas de su abuelo, Vicente Ugarte y Lobón (1858-1906), un militar que estuvo en la Guerra con Chile. Me enseñó la fotocopia de su legajo personal en donde señalaba como una de las acciones importantes en las que participó, fue detener el desembarco chileno en Pisagua el 18 de abril de 1879, a los 13 días de iniciada la guerra. Me sorprendió que un combate poco conocido, Ugarte y Lobón lo haya presentado como una acción muy importante en su expediente, una gran hazaña, casi a la altura de la batalla de Tarapacá.

Al iniciar la guerra, Vicente Ugarte y Lobón era oficial del batallón Ayacucho N° 3 y su compañía se destacó al puerto salitrero de Pisagua (hoy en la costa chilena).

Investigando sobre este combate, encontré no solo telegramas y partes de los contendientes, sino también la reclamación por daños y perjuicios que los extranjeros residentes en el puerto peruano le hicieron a Chile.

EL COMBATE E INCENDIO DEL PUERTO

La mañana del 18 de abril, el blindado chileno Blanco Encalada y la corbeta Chacabuco, se presentaron en Pisagua a las 9 am y la segunda destacó sus botes con el objetivo de tomar las lanchas surtas en el puerto, pero la guarnición peruana les hizo fuego de fusilería desde tierra, haciendo retroceder a los marinos chilenos.

La Chacabuco estaba al mando del capitán de navío Óscar Viel y Toro, concuñado de Miguel Grau, mientras en el Blanco Encalada se encontraba el contralmirante Juan Williams Rebolledo, jefe de la escuadra chilena. Las fuerzas peruanas estaban distribuidas de la siguiente manera: la columna Ayacucho, al mando del coronel Antonio Moreno, se encontraba en el sur; los gendarmes al mando del sargento mayor Benigno F. Maldonado, al norte, y los nacionales, al mando de Gaspar Ureta, en la plaza de la Aduana. El capitán de puerto era José Becerra.

Los disparos de la columna Ayacucho fueron respondidos por cañonazos de los buques chilenos. El fuego chileno ocasionó el incendio de la casa de Manuel F. Zavala, que tenía izada la insignia de la Pacífic Steam Navigation Company, y la casa de capitanía del puerto.

Los chilenos intentaron un nuevo desembarco por el norte, pero fueron rechazados después de media hora de combate. Esta vez, los disparos ocasionaron el incendio general del puerto. Los buques chilenos se retiraron a la 1 pm.

Producto de este enfrentamiento, los chilenos tuvieron 5 heridos y un muerto, el capitán de altos Francisco Manser.(1) Por el bando peruano, resultaron heridos 6 soldados del batallón Ayacucho y murieron 5 mujeres, un asiático y 2 niños.(2)

Pisagua quedó en un estado lamentable. “… todos los habitantes de este puerto se encuentran desnudos, sin víveres, con poca agua potable i sin los fondos necesarios para proporcionarse lo indispensable i urjente para salvar su desastrosa situación”.(3)

La misma noche del 18 de abril, llegó la noticia a Lima del bombardeo mediante los siguientes telegramas que fueron publicados en los diarios de la capital (hacer click en la imagen para ampliar).

Periódico La Patria. Lima, viernes 18 de abril de 1879.

Tal vez fue una exageración hablar de un intento de desembarque chileno, pero este combate tuvo cierta importancia en su momento. La noticia del combate de Pisagua fue bien recibida en Lima.

"Anoche se reunieron en la plaza Principal mas de cuatro mil ciudadanos dando vivas al Perú y al Jefe del Estado; en el mayor órden se dirijieron al cuartel donde se encontraba el glorioso batallón "Ayacucho" y solicitaron al coronel Prado, les proporcionase la banda de música; este jefe con la sagacidad que lo distingue se la concedió.-Con ella pues, y quemando cohetes recorrieron los entusiastas promotores del meeting las principales calles de la ciudad; disolviéndose la reunion en el mayor órden como á las 10 de la noche".(4)

LOS RECLAMOS E INDEMINIZACIONES

El incendio fue desastroso. El mayor Maldonado, comisario de policía, formó una comisión para valorizar las pérdidas, conformada por Manuel F. Zavala, Nicanor Gonzalez, Tadeo A. Loayza, Gaspar Ureta y Agustín Izarnótegui. No sabemos los resultados de esta comisión.

Lo que sí sabemos, son los resultados de las reclamaciones que italianos, ingleses y españoles presentaron contra Chile, buscando una indemnización de ese país por el bombardeo del puerto por parte del Blanco Encalada y Chacabuco. Todos ellos perdieron inmuebles (hotel, sastrería, botica, zapatería, etc.) o mercadería y la mayoría basaba su demanda en que Pisagua era un puerto que no estuvo artillado al momento del combate, y por lo tanto, no podía defenderse. Pisagua recién fue artillado en octubre de ese año.

Los italianos fueron los más organizados, pues incluso levantaron un plano del bombardeo que indicaba la dirección de los disparos de los buques chilenos que ellos presentaron en su demanda.

Para el caso de italianos e ingleses, se constituyó un Tribunal Arbitral que examinaba las reclamaciones de cada demandante contra Chile y aprobaba si procedía una indemnización o no. En estos tribunales, Chile nombraba un árbitro, Italia o Gran Bretaña nombraba otro árbitro y el presidente del tribunal era nombrado por Brasil.

Ahora, un repaso de las demandas:

-Luis Cuneo, un italiano residente en Pisagua al momento del combate y que en 1884 residía en Tacna, reclamaba 54,623.84 soles plata (S/.) por un edificio y mercadería destruidos en el incendio, presentando inclusive una póliza de seguro de sus bienes en 1879 por 8 mil libras esterlinas (£) de la North British and Mercantile Insurance de Londres. El Tribunal Ítalo-Chileno falló por mayoría (con el voto en contra del árbitro chileno) a favor de Cuneo, sentenciando que Chile le pague £ 8 mil más intereses del 6% (03/12/1884). La sentencia consideró el Derecho Internacional del bombardeo de plazas no fortificadas, “sustentado también por el Gobierno chileno en ocasión del bombardeo de Valparaiso de 1866”.(5)

-Los reclamos de los italianos Miguel Denegri (S/. 48,000), Molfino Richini i Ca (S/. 35,000), José Boto (S/. 115,000), Antonio Cademartori (S/. 6,500), José Cortese (S/. 5,500), Antonio Cappelletti (S/. 12,000) y Andres Figari (S/. 4,014), fueron desestimados porque los partes oficiales chilenos señalaban que sus disparos fueron la respuesta al ataque que las fuerzas peruanas le hicieron desde tierra, que les ocasionó un muerto y 5 heridos.(6) Estos reclamos sumaban  S/. 226,014.

-Guillermo Tweddle, un mecánico británico que residía en Arequipa, reclamaba bienes por S/. 500, que dejó en un baúl en la casa del comerciante español Tiburcio Gonzalez en Pisagua. Tweddle había dejado sus especies en ese baúl por un viaje que tuvo que hacer al puerto chileno de Chañaral. El Tribunal Anglo-Chileno desestimó su demanda porque no presentó “documento probatorio alguno”.(7)

-Los españoles José Cividaens (S/. 19,373), Bernardo García (S/. 10,000), Juan Mestre (S/. 7,500), Rafael Falcon (no declara monto), Enrique Matías (S/. 14,362.75) y Joaquín Segura Gonzáles (S/. 13,000), presentaron sus reclamos ante la Corte Suprema de Chile, que sumaron S/. 64,235.75. Todos las demandas fueron rechazadas porque presentaban poca documentación y repetían como testigos o acreditadores a los reclamantes italianos Luis y Salvador Cuneo, y Miguel Denegri, y del español Cividaens. En los casos de Falcon y Matías, ellos no probaron que eran españoles.(8)

A pesar de las abundantes y abultadas demandas, solo un caso obtuvo indemnización porque por un lado, sus bienes perdidos estaban bien documentos, y porque tuvo la fortuna de tener un tribunal que haya considerado que Pisagua era una plaza indefensa.

NOTAS

(1) Pascual Ahumada Moreno (1884). Guerra del Pacífico, recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referente a la guerra que ha dado a la luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia, tomo I, pp. 232-233. Oficio de Eulojio Altamirano al ministro de Guerra i Marina; Valparaíso, Abril 27 de 1879.

(2) Ahumada, Op. Cit., p. 236. Parte oficial de Francisco Javier Guevara al alcalde del consejo provincial de Iquique; Pisagua, Abril 25 de 1879.

(3) Ahumada, Op. Cit., pp. 235-236. Parte oficial de Benigno F. Maldonado al subprefecto de la provincia; Abril 19 de 1879.

(4) Periódico La Patria. Lima, sábado 19 de abril de 1879.

(5) Sentencias pronunciadas por el Tribunal Ítalo-Chileno en las reclamaciones deducidas por súbditos italianos contra el Gobierno de Chile 1884-1888, pp. 41-53.

(6) Ídem, pp. 272-281; 336-344; 347-349; 352-354.

(7) Sentencias pronunciadas por el Tribunal Anglo-Chileno en las reclamaciones deducidas por súbditos italianos contra el Gobierno de Chile 1884-1888, pp. 87-88.

(8) Dictamen emitido al Presidente de la República por el fiscal de la Corte Suprema don Ambrosio Montt sobre las reclamaciones interpuestas ante el Supremo Gobierno por ciudadanos ecuatorianos i súbditos españoles con motivo de las operaciones del ejército i escuadra de Chile en la última guerra con el Perú, pp. 38-42.




miércoles, 15 de abril de 2020

La epidemia de tifus durante la Guerra con Chile


Andrés A. Cáceres, jefe del ejército peruano que sufrió al epidemia del tifus en 1881. Foto: Nuestros Héroes de Nicolás Augusto González (1903).

En un post anterior, narré como una epidemia de fiebre amarilla en la costa norte de Perú en el año 1882, en plena Guerra con Chile, ocasionó la muerte de 270 chilenos (ver aquí), pero esa no fue la única epidemia que ocurrió en esa época.

La epidemia más peligrosa que hubo durante la Guerra con Chile fue la de Tifus Exantemático, que afectó por varios años el centro del país. A diferencia del anterior, afectó por igual a los ejércitos peruanos y chilenos, además de que ocasionó muchas muertes entre los habitantes.

El Tifus Exantemático es una enfermedad producida por la bacteria Rickettsia prowazekii y transmitida por los piojos, pero en la época de la guerra se desconocía sus causas. Sus síntomas son dolores de cabeza, escalofríos, tos, erupción de la piel, dolores musculares, entre otros.

El médico Leonidas Avendaño Ureta (1860-1946), cofundador de la revista La Crónica Médica, contó que en la lectura de sus tesis (03/10/1883) que la epidemia de tifus llegó a Lima en 1880.

A mediados de 1880, las condiciones anormales creadas por la guerra con chile, se hicieron sentir de una manera notable en la sierra; y el Tifus empezó a trasformarse de endémico en epidémico, en varias poblaciones, entre otras, las del departamento de Junín, donde se formó la división que llegó a Lima el día 6 de julio de 1880, al mando del coronel Duarte. En esta división llegaron algunos enfermos de Tífus y todos los individuos, como es natural suponerlo, eran portadores del miasma de que habían estado rodeados durante su permanencia en la sierra….

No fueron estos los primeros casos de Tífus que se observaron en el hospital: en el mes de junio, fueron asistido en el departamento del profesor Dr. Romero, dos oficiales pertenecientes a la división formada en el departamento de Chachapoyas; y en el servicio del Dr. Basadre ya se había visto algunos casos en soldados de los departamentos de Ancahs y Junín. Sí he citado en primera línea los casos importados por la división Duarte, ha sido porque su mayor número, podían con más facilidad propagar la enfermedad a los demás individuos del ejército.

Gran número de los individuos de tropa de la división de tropa de la división Duarte, fueron repartidos entre los cuerpos, para llenar las bajas causadas por las enfermedades. Estos sujetos eran portadores del contagió e iban a permanecer en contacto inmediato, con individuos que reunían todas las condiciones reputadas como suficiente para el desarrollo del Tífus. En efecto, nuestro  ejército estaba formado en su mayor parte de indios, cuya falta de higiene nos es bien conocida; acuartelados en lugares inadecuados, desaseados de tal modo que se sentía un mal olor insoportable al penetrar las cuadras; y con una moral completamente decaída, por una parte por el alejamiento del lugar de su nacimiento, y por otra, por la idea incesante de recobrarla libertad de que, según ellos decían  se les había privado; en una palabra, no habiendo cambiado en nada su modo de vivir, del que acostumbraban en la sierra. Sino al contrario, reagravádose por permanecer en los cuarteles contra su voluntad, me parece pues, que ofrecía un terreno favorable para la germinación de la semilla importada de la sierra.

Con todos, los casos de Tífus adquiridos en los cuarteles son insignificantes, comparativamente al número total de soldados de que se componía nuestro ejército, como lo prueba la estadítica, que solo arroja un tres por ciento de enfermos de Tífus en el ejército de Lima, estando comprendidos aquí los casos importados y los adquiridos.

El elemento tifus venido de la sierra, se extinguió pues, a pesar de haber encontrado en los cuarteles de Lima, las condiciones favorables para la reproducción”.(1)

Avendaño también señala que hubo casos de tifus en Arequipa en los años 1880 y 1881 “importada por los reclutas del departamento de Puno, donde murieron cumpliendo con abnegado patriotismo su sagrado ministerio; el Dr. Aguilar, mi inolvidable compañero y amigo J. N. Lengua y los alumnos Marini y Poma”.(2)

EL TIFUS DIEZMA EL EJÉRCITO DE CÁCERES

Después de la ocupación de Lima por los chilenos (17/01/1881), Andrés A. Cáceres organiza la resistencia al interior del país. Organiza un ejército en el Valle del Mantaro que ocupó Matucana en agosto de 1881 y Chosica al mes siguiente.

Los primeros muertos por tifus ocurrieron en octubre. El 17 de ese mes falleció el sargento mayor Adolfo Irigoyen y al día siguiente, murió el coronel Benigno Zevallos, jefe de la 3ra División del Ejército del Centro.(3)

En una Memoria que Cáceres presentó al Gobierno de Lizardo Montero, explicó que:

La extraordinaria aglomeracion de jente en la quebrada de Chosica, harto cerrada y estrecha; las crecientes del Rímac, que infestaban la atmósfera con emanaciones palúdicas; la alimentacion escasa y de mala calidad; los rigores de la estacion y otras causas mas, provenientes de condiciones antihijiénicas, desarrollaron en el cuartel general fiebres de mala índole, que hacia los meses de Noviembre y Diciembre tomaron un carácter epidémico de funestisimas consecuencias, causando por término medio diez defunciones diarias en el ejército, sin que fuera posible combatir eficazmente los estragos de la peste por la falta de un cuerpo médico bien organizado y la escasez de medicamentos”.(4)

Como vemos, Cáceres señala que la epidemia de tifus ocasionaba 10 defunciones diarias. Según el médico Avendaño, habría ocasionado 900 enfermos.

“…la epidemia que empezó a manifestar sus efectos en los pueblos de Chosica, Cocachacra y Matucana, afines de 1881, importada del interior por el batallón Tarma que llegaron a  Matucana en el mes de octubre, y que, de 3,000 hombres poco más o menos de que componía el ejército del general Cáceres, fueron atacados más de un treinta por ciento causando un quince o veinte por ciento de resultados fatales; esta epidemia, en la sucumbieron los Drs. Camborda y Zapater, acompaño hasta su retirada hasta Ayacucho, propagando por todas partes la epidemia que hasta hoy hace numerosas víctimas en la  sierra”.(5)

Estanislao del Canto, jefe del ejército chileno que fue afectado por la epidemia de tifus. Foto: portada del libro Memorias Militares.

LA EPIDEMIA EN EL EJÉRCITO CHILENO

El contralmirante Patricio Lynch, jefe del ejército chileno de ocupación, organizó una expedición para combatir a Cáceres. En enero de 1882, el ejército chileno se desplazó desde Lima hacia el interior, atravesando el valle del Rímac y arribando al departamento de Junín. Allí empezaron sus problemas con la epidemia de tifus que afectaba a toda esa zona.

Cabe mencionar que los chilenos muchas veces al tifus lo llamaban o confundían con fiebre tifoidea.

El ejército chileno, distribuido entre Pasco y Huancayo, contaba con 4 mil hombres y estaba al mando del coronel Estanislado del Canto, quien en mayo advirtió “que es de absoluta necesidad mejorar el servicio de hospitales… que diariamente hay que experimentar una o dos víctimas”, solicitando mayor personal para los hospitales “y abrigos para los enfermos”.(6)           

El 29 de mayo de 1882, Lynch informaba al ministro chileno de Guerra que han muerto cerca de 200 de ellos.

El gran número de enfermos que subieron a 3000 en los hospitales de Lima, durante los meses de febrero, marzo y abril fueron el resultado de la expedición al interior y nos cuesta muy cerca de 400 bajas ”.(7)

En la Memoria de Lynch del 17 de mayo de 1882, el jefe chileno señalaba que en Junín “hemos perdido más de trescientos hombres, víctimas de la epidemia de tifus”.(8)

El mes siguiente, Lynch informaba que:

El tifus recrudece en Huancayo. Pienso retirar las fuerzas de esa población y traerlas a Jauja, Tarma y Oroya…”.(9)

A pesar de esto, las fuerzas chilenas permanecieron en Huancayo hasta el 10 de julio, cuando se retiraron ante la contraofensiva de Cáceres.

En sus Memorias, Estanislao del Canto contó que en esa época, en Tarma tenía tres hospitales: uno para enfermedades comunes, otro para variolosos y otro para el tifus, y que el número de enfermos en los tres centros no bajaba de 480. También que Huancayo tenía dos hospitales con más de 300 enfermos.(10)

En su último parte sobre la expedición chilena al departamento de Junín, de febrero a julio de 1882, el coronel del Canto detalló a Lynch que una de las razones para retirar las fuerzas chilenas del interior, era porque “el mal clima nos mantenía siempre de cuatrocientos a quinientos enfermos, siendo de notarse que en los meses de julio, agosto y septiembre, indefectiblemente se presentaban las epidemias, y ya se había apoderado de nuestra tropa el tifus y la viruela”,(11) agregando que durante la campaña, las muertes por enfermedades ascendieron a 277.

CONCLUSIONES

Las pérdidas que sufrieron los ejércitos peruanos y chilenos por la epidemia de tifus fueron cuantiosas pero es difícil determinar con precisión los muertos en cada bando porque ninguno de los ejércitos los especificó en sus comunicaciones oficiales. En el ejército peruano de Cáceres pudieron ser un mínimo de 180 muertos, si nos atenemos al cálculo del médico Avendaño, y en el ejército chileno, de los 277 muertos por enfermedades que registró, la mayoría de ellos, sin duda alguna, fue por tifus. 

Fuera de esto, el tifus ocasionó un número indeterminado de muertes en el ejército peruano distribuido a lo largo del país, al igual que en el ejército chileno, fuera de las muertes de civiles peruanos y extranjeros.

NOTAS

(1) Avendaño, Leonidas. “Etiología del tifus exantemático. Tesis leída y sostenida ente la Facultad de Medicina de Lima, por Leonidas Avendañoo, el 3 de octubre de 1883, para optar el grado de bachiller”, en: La Crónica Médica, Junio 30 de 1884. Disponible en: http://sisbib.unmsm.edu.pe/BVRevistas/cronica_medica/1884_n6/etiolog%C3%ADa.htm

(2) Ibídem.

(3) Cáceres, Zoila Aurora (1921). La Campaña de la Breña. Memorias del Mariscal del Perú D. Andrés A. Cáceres. Año 1881, Tomo I, p. CCCLXXIII. Oficio de Andrés A. Cáceres al Jefe del Estado Mayor General de los Ejércitos, Octubre 18.

(4) Cáceres. Andrés A. (1883). Memoria que el Jefe Superior, Político y Militar de los Departamentos del Centro, presenta al Supremo Gobierno, por el tiempo que desempeña ese cargo que le fue conferido en 25 de abril de 1881,  p. 5.

(5) Avendaño, Op. Cit.

(6) Pelayo González, Mauricio (2011). Documentos Inéditos de la Campaña de La Sierra (1881-1884), p. 77. Oficio de Estanislao del Canto al Jefe de Estado Mayor General; Huancayo, Mayo 16 de 1882.

(7) Guerra con Chile. Partes Oficiales. Selección, prefacio y notas de Rogger Ravines (1992), p. 120. Cablegrama de Lynch al ministro de Guerra en Santiago del 29 de mayo de 1882.

(8) Lynch, Patricio (1882). Memoria que el Jeneral en Jefe del Ejercito de Operaciones en el Norte del Perú presenta al Supremo Gobierno de Chile, p. 242.

(9) Guerra con Chile. Partes Oficiales, p. 123. Cablegrama de Lynch al ministro de Guerra en Santiago del 17 de junio de 1882.

(10) Del Canto, Estanislao. Memorias Militares, edición y estudio preliminar de Alejandro San Francisco, pp. 225, 240.

(11) Idem, pp. 242-243. Parte de Estanislao del Canto al General en Jefe del Ejército; Lima, julio 30 de 1882.

domingo, 12 de abril de 2020

El tomo II de "La Campaña de la Breña" de Zoila Aurora Cáceres


Zoila Aurora Cáceres (Evangelina). Grabado de su libro "Mujeres de ayer y hoy" (1909)

Zoila Aurora Cáceres Moreno (1877-1958) fue una de las hijas de Andrés A. Cáceres, uno de los militares peruanos más destacados en la Guerra con Chile. Fue una destacada escritora, en sus libros además de sus nombres, ponía Evangelina entre paréntesis, y fue fundadora del Centro Social de Señoras, entidad que promovía la educación femenina a comienzos del Siglo XX.

La cercanía con su padre le permitió a Evangelina publicar en 1921 su obra “La Campaña de la Breña. Memorias del Mariscal del Perú D. Andrés A. Cáceres, Tomo I, Año 1881”, que se como dice el título, se centra en las acciones que hizo su padre el año 1881. Esta obra es una de las mejores escritas en Perú sobre la Guerra con Chile y con justa razón, hoy en día es una joya bibliográfica. También es una de las más voluminosas: el texto tiene 460 páginas y su anexo documental otras 468 páginas, sin contar con la fe de erratas, introducción, etc.

El libro de Zoila Aurora (Evangelina) es bastante rico en datos sobre las acciones militares peruanas en 1881, pero también bastante visceral y aprovecha para atacar a Nicolás de Piérola y otros enemigos políticos de su padre.

Dos años después la publicación del Tomo I en 1921, falleció Andrés A. Cáceres y nunca más se publicó la continuación de esta obra.

Libro "La Campaña de la Breña, tomo I" de Zoila Aurora (Evangelina). Foto del autor

Hacia el año 1951, en algunas ocasiones, Zoila Aurora (Evangelina) publicaba artículos de historia los días domingos en el diario La Crónica (periódico controlado por la familia Prado). Esta sección era de una página y a veces contaba anécdotas de su padre de los siglos XIX o XX. En la edición del 1° de julio de 1951, contó lo siguiente sobre el tomo II de su obra “La Campaña de la Breña”:

“El anhelo satisfecho, cuando se aspira en perpetuar en el libro, la acción heroica del padre, hace olvidar las penalidades sufridas al procurar vencer la ardua labor compiladora documentada. Terminado el esquema de ordenación histórica, el Mariscal Andrés A. Cáceres, sugestionado por los amigos que le alientan y las suplicas de la hija, revive gran número de imágenes de sus gloriosas campañas y escribe en cortas páginas sus memorias, cuando subsiste aún su memoria privilegiada.

La hija las documenta y les da la extensión que el proceso glorioso republicano requiere, con la amplitud necesaria a la obra de consulta bibliográfica. Nada falta a la verdad sagrada, en el santuario de la historia. El volumen requiere dos tomos. El primero está impreso por cuenta de la autora, sacrificio que no puede repetir y la obra permanece trunca.

Lima está de jolgorio, la República celebra el centenario de su independencia, cuando la hija radiante de alegría, ofrece al padre un ejemplar. El Mariscal, lejos de participar de la efusión exaltada que ella siente, con el profundo conocimiento de las realidades desencantadas con que tropiezan las obras de excelsa espiritualidad, dadas las dificultades de la economía fiscal, reflexivo le dice: “Es lástima que le hayas dado la extensión que tiene el libro; no era necesario. Circunscribiéndote a mis memorias habrían quedado terminadas. El segundo tomo, no lo llegarás a publicar.” Vaticinio que se cumple cual profecía evangélica.

Los años transcurren, el Mariscal fallece y no obstante el esfuerzo de la hija, los obstáculos aumentan, las dificultades son insalvables y la profecía del padre se cumple.

Con la potencialidad del que se propone llegar a la cumbre y se encuentra a mitad de cuesta, procura desvanecer el pesimismo desilusionado del Mariscal, que en la ancianidad siente la tristeza melancólica a la que no llega un soplo de felicidad. El crepúsculo otoñal anuncia una de tantas noches que pasa en soledad, barrunto del final de la vida.

Se encuentra en Miraflores y habita una modesta y reducida casita, ubicada en la plaza del pueblo que, no tiene la importancia que hoy la embellece, con magnificas residencias lugareñas. En compañía de la hermana, se le acerca y le ofrece leerle lo referente a la célebre y jamás bien ponderada batalla de Huamachuco. Epopeya de América, cuando el Perú lo dé a conocer con la celebridad que merece, el más épico tributo a la gloria de la República. “Como puedo –le dice al padre- continuo escribiendo el II tomo de la “Campaña de la Breña”. Escucha lo referente a la batalla de Huamachuco, para corregir lo que no encuentres conforme.” En busca de luz se colocan al padre y las dos hijas, debajo de la araña del centro de la salita, al lado de la pequeña mesa, en la que está el manuscrito.

A poco de escuchar la lectura, corren las lágrimas por el rostro del Mariscal y la hija la interrumpe, prefiere suspenderla para no verle sufrir, pero la hermana se opone: “Al contrario, debe continuar, porque la emoción que causa al padre le da valor a la autenticidad de la narración.” Llaman al ordenanza como testigo y esperan la opinión del Mariscal, al que ahoga el llanto y solo puede contestar asistiendo con una inclinación de cabeza. Desea que continúe la lectura. Al terminar abraza y besa a su hija. El héroe llora con sollozos de niño, que se le escapan incontenibles. “El General llora esa tarde de la gloria de Huamachuco.” Revive los dolores sufridos y el martirio del desastre. Se va en el campo de batalla, en desesperado combate y siente como si las torturas del alma renovasen toda la impotencia contra la fatalidad de la suerte adversa, a la que jamás se resignará.

Pasado el primer instante de la efusión dolorosa, en el grupo de ternura hogareña, con emoción intensa, rememora el infortunio del amor a la Patria desgraciada.

En la historiadora, aunque conmovida, persiste el anhelo de escuchar de los labios del Mariscal, la aprobación que satisfaga la veracidad del trabajo profesional y no puede dominar la interrogación imperante. Desea saber si se ha equivocado la narración descriptiva. El Mariscal balbucea a media voz: “No te has equivocado. Todo está bien. Así sucedió”.

La mesa está servida y pasan al comedor. En vano procuran distraerlo durante la comida. El Mariscal, tristemente pensativo, revive dolores destrozadores del alma. Este trabajo emotivo de amor a la Patria que, del padre hereda la hija, está inédito porque corresponde al segundo tomo del libro “La Campaña de la Breña”, obra heroica nacional que está inconclusa”.

Como vemos, en 1951 Zoila Aurora (Evangelina) tenía el borrador del tomo II y esperaba que alguien le financie la publicación, pues ella misma había financiado la publicación del tomo I en 1921 y ya no estaba dispuesto a hacer lo mismo. Suponemos que nunca consiguió financiamiento, pues el tomo II quedó inédito hasta ahora y tengo entendido que se encuentra en una colección privada.

miércoles, 1 de abril de 2020

El combate de Locumba y la actuación de Gregorio Albarracín


Mapa de la época en donde figuran Pacocha, Loreto, Locumba, Camiara y Cinto. Foto: Atlas Geográfico del Perú de Mariano Felipe Paz Soldán (1865).

Este 1° de abril se recuerda 140 años del combate de Locumba en la Guerra con Chile, el cual fue la primera acción bélica de la guerra en donde participó Gregorio Albarracín Lanchipa. Fue un triunfo peruano muy poco recordado en el Siglo XIX, pero tomó cierta relevancia con los homenajes que se realizaron con motivo del centenario de la guerra. Por esa época, Locumba era un pueblo de 300 habitantes.

El coronel Albarracín era un veterano militar que lideró una montonera que combatió la invasión boliviana del sur de Perú en 1842. Participó en varias guerras civiles y revoluciones, la última en 1874, formando una montonera en Tacna a favor del levantamiento de Nicolás de Piérola.

Tras la declaración de la guerra por Chile, se formó con pobladores de Tacna un escuadrón de caballería que se puso al mando del coronel Albarracín con el nombre de Flanqueadores de Tacna, que contaba con unos 100 hombres. El 18 de noviembre de 1879, entabla un tiroteo con fuerzas chilenas cerca a la localidad de Tana (Tarapacá), actualmente territorio chileno.

Para 1880, los Flanqueadores de Tacna contaban con 133 caballos, según el chileno Benjamín Vicuña Mackenna (Historia de la Campaña de Tacna y Arica, p. 665)

Para los últimos días de marzo de 1880, el ejército chileno, al mando del general Manuel Baquedano, ocupaba Ilo y Moquegua y se alistaba para desplazarse al sur y combatir al ejército aliado en Tacna. Para reconocer el camino a Tacna, envío varias expediciones, una de ellas, una fuerza al mando del comandante Diego Dublé Almeida, quien fue un destacado intelectual dentro del ejército chileno: tradujo del inglés al español el “Tratado de Artillería y Blindaje” de Alexander Holley y fue autor de varios obras militares. También dejó escrito unas memorias sobre la guerra, publicadas póstumamente con el nombre de Diario de Campaña.

Según Dublé, él sugirió realizar una excursión a Locumba solicitando tres personas montadas, pero se le dieron 25 hombres. La expedición salió el 31 de marzo de 1880 de Pacocha compuesta por Dublé, el capitán Ramón Rojas Almeida, el alférez Luis Almarza, un cabo, un guía y 21 hombres, todos a caballo.

Gregorio Albarracín. Foto: http://gdp1879.blogspot.com/

VERSIÓN PERUANA DEL COMBATE

Solo existe un sucinto parte de Gregorio Albarracín sobre el combate, quien lo envió por telegrama a Lizardo Montero, jefe Político y Militar del Sur. Es el siguiente:

Locumba, 1 de abril de 1880
Sor General Montero
Arica
                En la mañana de hoy a las 8 am me dio parte don Juan Maclean de que los enemigos habían amanecido en Chivienta. Al momento me puse en marcha sobre el enemigo. No encontrándolos allí bajé a Locumba en donde los encontré y procedí a atarcarlos en unión de los Nacionales, dando por resultado la fuga de ellos dejando tres muertos, un capitán Ramón Matías Aliricida. Prisioneros el primer… y Jefe de Estado Mayor Dublé Almeida fugó. Por mi parte he tenido la desgracia que ha muerto el sargento primero Angel Mendieta y un herido. El detalle la pasaré después por tener en fecha persiguiendo al enemigo. Tengo además 8 prisioneros. Debo advertir que esta fuerza no es la misma que estuvo en Chivienta, pues allí tomaron a Don Celestino Vargas hijo y no dan noticias de él.
                                                                                                                                               Albarracín”.(1)

Resulta raro que teniendo el ejército de Lizardo Montero un periódico oficial llamado “Boletín de la Guerra”, que se publicaba en Tacna, nunca se haya publicado allí una versión de este combate. Puede ser por falta espacio (tenía solo cuatro páginas y salía dos veces a la semana) o porque Albarracín era un conocido pierolista y Montero era civilista, ambas posiciones políticas antagonistas. Es mas, Albarracín y sus hijos fueron fieles a Piérola hasta los últimos días de su gobierno en 1881.

Hay una versión del combate que apareció en el diario limeño “El Nacional”, la cual tiene algunos detalles más del combate:

Serían las 8 A.M. cuando una avanzada de chilenos, compuesta de 60 hombres, descendían los cerros que guardan la fértil quebrada de Chironta; entraron a la hacienda Sologuren i H., i después de saquear la casa, pasaron a la de los señores Vargas i Maclean.

El señor Vargas fué hecho prisionero; el señor Maclean pudo escapar, fué a dar oportuno aviso al coronel Albarracín, que se encontraba en la quebrada de Sagoya (dos leguas distante).

Los chilenos entraron al valle de Locumba por tres partes; 60 por Chironta, 30 por Locumba i 50 o 60 por Sinto.

Cuando el coronel Albarracin, al mando de su escuadron llegó a Chironta, ya los chilenos se habían retirado llevándose prisionero al jóven Vargas. Entónces siguió a Locumba donde sabia existían enemigos.

En ménos de diez minutos los chilenos abandonaban el campo, dejando 20 caballos i varias armas, 8 soldados i 2 oficiales. El jefe Dublé Almeida, gracias al buen caballo que montaba, pudo escapar acompañado de 3 soldados, los demás huyeron a pié internándose en las viñas…

Si el coronel Albarracin tuviera una buena caballada, es seguro que ninguna hubiera escapado.

Por nuestra parte, ha perdido a un sarjento 1° Mendieta, también tenemos un herido”.(2)

Como vemos, el coronel Albarracín fue a buscar al grupo de chilenos que había secuestrado a Celestino Vargas y encontró en Locumba a otro grupo menos numeroso, dirigido por Almeida. Al mismo tiempo del combate, habían chilenos en Cinto y Camiara,(3) a unos 12 kilómetros de Locumba. Para el ataque contó con el apoyo de los guardias nacionales o milicias de la zona, que contaban con unos 60 hombres sin caballos “mal armados”, según el propio Albarracín.(4)

Santuario Señor de Locumba. Foto: NoticiasITV.com

VERSIÓN CHILENA DEL COMBATE

La versión chilena fue escrita por Dublé Almeida y es más prolija en detalles y bien escrita. Cuenta que la mañana del 1° de abril llegó a Camiara (la llama Cameara), en donde le informaron que el escuadrón de Albarracín estaba en Sagoya, tres leguas al interior, y que la guardia nacional del pueblo se había dispersado.

En Sitana se nos comunicó que en Locumba solo existían algunas familias que eran víctimas de los desmanes de los chinos, que cometían toda clase de tropelías”.(5)

Dublé Almeida cuenta que a las 11 am llegó a la hacienda Valdivia, propiedad de un señor Cornejo, a 800 m de Locumba. Allí recibió la visita de un italiano que dijo ser cónsul y que los nacionales de ese lugar habían huido al saber que habían fuerzas chilenas en Cinto. El italiano fue al pueblo con el capitán Rojas y después él regresó diciendo que no había autoridad alguna en el pueblo porque días antes había salido el gobernador y que el sacerdote de la iglesia habló en nombre de la gente reunida diciendo que podían entrar al pueblo con seguridad. Luego de eso, el destacamento chileno ingresó al pueblo.

Se apostaron tres centinelas para que dieran aviso de cualquier movimiento que notaran en el pueblo. Entré a un despacho de un italiano situado en una esquina de la plaza para comprar algo que almorzara la tropa. En ese momento se me acercó el sacerdote que habia en el lugar i me invitó a almorzar a la pieza contigua al despacho por el lado de la calle. Allí entré con el capitán Rojas i el alférez Almarza, dejando nuestros caballos al lado de afuera, atados a una baranda, con un soldado al cuidado de ellos.

Mientras se servia el almuerzo, el sacerdote me pidió algunos soldados para enterrar a un individuo que habia muerto, para lo cual no habia conseguido la ayuda de la jente del pueblo. Habia dado órden para que 8 soldados lo llevasen al cementerio que estaba como a 200 metros de la plaza, cuando supe que la defunción habia tenido lugar solo hacia dos horas. Indiqué al sacerdote que esperase hasta el dia siguiente, i dí contra-órden.

Cuando principiábamos a almorzar, el sacerdote se retiró por la puerta interior de la habitación que ocupábamos. En ese instante el sarjento de Cazadores grita: ¡El enemigo, mi comandante! I al mismo tiempo se sintió una descarga i continuó el fuego con viveza en todo el pueblo. Al levantarnos de la mesa para salir a la calle, del interior de la casa hicieron fuego sobre nosotros. Afuera reinaba la mayor confusión. Se habia hecho fuego sobre los Cazadores que tenían sus caballos de las riendas. Los caballos, heridos i asustados, arrastraban a los soldados, que no podían montar en ellos, i tenían que abandonarlos para defenderse.

El enemigo hacia fuego desde el interior de las casas, desde una viña que hai cerca, i desde una pequeña altura donde está el cementerio, al Norte del pueblo. Montado que hube a caballo, me adelanté a la plaza, donde habia 3 soldados de Cazadores que a pié disparaban sus armas hacia la viña, pero sin ver al enemigo. El sarjento de Cazadores se me unió i me dijo que la única retirada que teníamos (el camino por donde habíamos entrado a Locumba) estaba interceptado por caballería enemiga a distancia de 300 metros del pueblo. No teniendo conmigo sino al sarjento i mi ordenanza, con ellos me abrí paso por entre el enemigo. Este nos persiguió por el fondo del valle como seis kilómetros, donde encontramos una angosta senda para subir los elevados cerros del lado Norte, ascensión que efectuamos a pié para no fatigar los caballos, de los cuales el mio estaba herido de bala.  

En nuestra retirada alcanzamos a 5 Cazadores que ántes que nosotros habían salido del pueblo. En la altiplanicie no encontramos enemigos. Detuvimos la marcha para protejer a los que pudieran escapar de la celada en que habiamos caído, pero ninguno se presentó. Continuamos  camino hácia Loreto, pero habiéndose estraviado el guía llegamos en la mañana de ayer a Rinconada, i anoche a este puerto…

No me es posible calcular el número de enemigos…

Del personal de reconocimiento que marchó a mi cargo han vuelto:

Teniente coronel, don Diego Dublé Almeida.
Sarjento 2°, Vicente Espinosa.
Cabo 1°, Juan Muñoz.
  Id. 2°, José Santos Arévalo.
Soldados: Nicanor Ahumada, Agustin Basaes, José Segura, Luis Jara i Amador Fiugueroa.

Han quedado en poder del enemigo:
Capitan, don Ramon Rojas Almeida.
Alférez, don Luis Almarza.
Corneta, Candelario Ramirez.
Cabos 1: Juan 2° Muñoz i Martin Rojas
Soldados: Doroteo Jara, Fidel Ortiz, Timoteo Ortega, Juan Illezas, Justo Pardo, José Manuel Rivero, Manuel Gonzalez, Emilio Real, Pablo Galdames, Gavino Muñoz, José de la Cruz Sanchez i Rejinio Morales”.(6)

Existe una versión del combate que circuló en periódicos chilenos que pienso que pudo ser escrita por el mismo Dublé Almeida, no solo porque toma cosas de su parte y tiene el mismo estilo de escritura, sino porque él tenía correspondencia con el político chileno Benjamín Vicuña Mackenna, ampliamente conocido en el periodismo de la costa sur del Pacífico.

Esta versión señala que “a juicio del comandante Dublé, el sacerdote que se presentó en la plaza no lo era, i de seguro se había puesto la vestidura sacerdotal para mejor llevar a cabo la felonía..”,(7) resaltando que el “pseudo sacerdote” trataba de “dispersar la pequeña fuerza de Cazadores” para que caigan en una celada. La cuestión es que el ataque peruano los agarró desprevenidos.

Estos habían hecho una descarga sobre los Cazadores que estaban sentados al frente de la iglesia con sus caballos de la rienda… Los caballos, heridos i espantados, huian en todas direcciones, siendo mui pocos los soldados  que consiguieron montar los suyos….

El centinela apostado en la torrecilla de la iglesia, que fué el primero que diera el grito de alarma, disparaba también su arma en todas direcciones, dispuesto a quemar el ultimo cartucho. ¡Quien sabe qué suerte ha corrido ese bravo Cazador, ese héroe anónimo!....”,(8) manifiesta esta crónica.

Como vemos, el combate se inició cerca de la iglesia, conocida como Santuario del Señor de Locumba, cuyo origen es de la época colonial y que hasta ahora existe.

ANÁLISIS Y CONCLUSIÓN

Creo que la versión de que el sacerdote de Locumba distrajo a los chilenos e intentó dividirlos para hacerlos caer en una celada es una exageración de la actuación del sacerdote, o probablemente, no existió y solo fue una excusa por no prever o darse cuenta del ataque peruano, el cual fue sorpresivo, solo duró 10 minutos según otra versión y como dice la versión de Dublé, cogió a los jefes chilenos en pleno almuerzo. Lo cierto es que esta versión sirvió al comandante Dublé para salir airoso en el Consejo de Guerra, en donde fue defendido por su hermano, Baldomero Dublé Almeida,(9) quien moriría después de la batalla de San Juan del año siguiente.

Para que haya sido celada o emboscada, Albarracín tuvo que haber sabido que los chilenos iban a llegar o haberlos estado siguiendo o esperando, pero ni uno ni lo otro. Como vimos anteriormente, Albarracín estaba buscando una expedición chilena que había secuestrado al hijo de Celestino Vargas, pero en Locumba encontró una expedición diferente a la que atacó y logró sacarlos de Locumba.

Fue un combate corta duración. Además de los 8 prisioneros, los chilenos también tuvieron 6 muertos.(10)

NOTAS

(1) Guerra con Chile. Partes Oficiales (1992). Lima, Perú: Editorial Los Pinos, p. 29. Telegrama de Albarracín a Montero.

(2) Pascual Ahumada Moreno (1886). Guerra del Pacífico, recopilación completa de todos los documentos oficiales, correspondencias y demás publicaciones referente a la guerra que han dado a la luz la prensa de Chile, Perú y Bolivia, conteniendo documentos inéditos de importancia, tomo II. Valparaíso, Chile: Imprenta i Lib. Americana de Federico T. Lathrop, p. 482. Correspondencia a El Nacional de Lima.

(3) Guerra con Chile. Partes Oficiales (1992). Lima, Perú: Editorial Los Pinos, p. 30. Telegrama del comandante militar Manuel Angulo a Montero; Buena Vista, abril 1° de 1880.

(4) Ibídem, p. 32. Telegrama de Albarracín a Montero; Buena Vista, abril 6 de 1880.

(5) Ahumada, Op. Cit., pp. 478-480. Parte oficial de Diego Dublé Almeida; Pacocha, Abril 3 de 1880.

(6) Ídem.

(7) Ahumada, Op. Cit., pp, 480-482. Reconocimiento del valle de Locumba; Pacocha, Abril 3.

(8) Ídem.

(9) Gonzalo Bulnes (1914). Guerra del Pacífico. De Tarapacá a Lima. Valparaíso, Chile: Sociedad Imprenta y Litografía Universo, p. 239.

(10) Mauricio Pelayo González (2019). Los que no volvieron. Los muertos en la Guerra del Pacífico. Santiago, Chile: RIL editores, p. 151.