Carolina Freyre Arias (1844-1916)
fue una destacada escritora nacida en Tacna. Se casó con el diplomático y
escritor boliviano Julio Jaimes, quien destacó en el periodismo peruano y
políticamente era pierolista.
En plena guerra con Chile, Julio
Jaime era editor del diario La Patria y Carolina Freyre publicaba una columna
llamada “Revista de Lima”, dirigida al público femenino. De vez en cuando, el
diario El Peruano reproducía la editorial y las notas que Julio Jaimes
publicaba en La Patria. Tras la caída de Arica, Freyre publicó una versión de
esta batalla en el diario La Patria que fue reproducida en el diario El Peruano
el 24 agosto de 1880, en la sección llamada Inserciones. Es una versión
bastante completa y que reproduzco a continuación, pero no en su totalidad,
debido a su extensión y a que la versión a la que accedí (de la hemeroteca del
Centro de Estudios Histórico Militares del Perú), no está bien conservada y
tiene algunas líneas ilegibles.
Su importancia radica es que es
el primer texto sobre la caída de Arica escrita por una mujer y tengo entendido
que no se ha reproducido desde 1880, pues no lo encontrado en otro texto. Lo he
reproducido respetando la ortografía de esa época.
ARICA
ECOS DE LA PRISIÓN
Nos conviene ir reuniendo
lecturas para formar el gran libro de la historia todas las hojas perdidas,
todas las notas vagas, todo lo que la pasión, el olvido o la distancia,
hubieran podido oscurecer, dejar sin complemento, sin aplauso o glorificación.
No se ha pronunciado la última
palabra, ni trazado el último bosquejo sobre ese magnífico cuadro radiante de
luz que se llama el combate de Arica.
De él quedan todavía como poema
viviente inmortal, como para atestiguar la verdad, como para confundir a los
que vilmente quieren arrojar sombra sobre tanta claridad, quieren arrojar
manchas sobre tanta pureza y blancura, los heroicos sobrevivientes de esa monstruosa
hecatombe, los desgraciados prisioneros de San Bernardo.
¿Imagináis mayor desventura que
la del bravo que lucha, envía la muerte, esparce el terror, realiza actos de
abismo sin nombre, y cae, no tiñendo con su sangre la arena del combate, sin
envuelto en las redes de una férrea cadena que lo arrastra á la lobreguez y a
la inmovilidad de una paz y una prisión cierra?.
¡San Bernardo! Cuantas horas de
angustia de silencio é impotente dolor habrán contado esos muros inanimados !…
¡Cuánto desaliento después de tanta gloria, cuánta desconfianza en tus propias
fuerzas de puede tan inmortal!
Si la prisión por sí misma y
triste, pues no hay don mas precioso que
la libertad; cuánta honda angustia debe causar asistir, impotente, atados los robustos
brazos, sofocado el vigorosa aliento, á esa lucha muerte y dónde se juega el
destino de la patria!
……
… Así, dentro de esas páginas
sombrias con que los pobres prisionero de San Bernardo entretienen sus crueles ócios,
suelen llegar hasta aquí, como notas perdidas algunos ecos.
De esta manera es como se
complementan las relaciones truncas, como la justicia, que con ser justicia no
lo abarca todo, enmienda los errores, traza nombres que permanecieron
olvidados, desvanece incertidumbres y corona el edificio que levantaron la
verdad y el patriotismo!
Arica, dice un prisionero,
parecía y debía ser inexpugnable, cerca de un año de trabajo, de desvelos, de
combinaciones acertada, de planes abrir mente trazadas y ejecutados, lograron
arraigar en nosotros esa profunda convicción.
Por eso, al ver caer Tacna como
el gigante que solo se rinde á la acechanza y al número, esperamos firmes en su
puesto, temblando ante la gloria de una heróica resistencia.
El día 2 de Junio, la caballería
enemiga se presentó por el lado Norte, hácia el río Chacalluta; en esa misma
noche ante el mandato del Comandante General de la plaza, se hizo volar el
puente de aquel río y dispuso colocar una mina en sus inmediaciones.
La heróica defensa se inició el
día siguiente de una manera decidida, haciendo volar también dicha mina, lo que
a no dudarlo hizo estragos entre esas primeras filas invasoras.
Pero el destino tiene crueles
disposiciones. El día tres, seis mil chilenos, coronaban las alturas de Chacalluta,
el día 4, avanzaba sus posiciones hasta el costado Norte de la población; el 6
nos enviaban al mayor Salvo de parlamentario, recibiendo el inmortal respuesta
de Bolognesi: quemaremos el último cartucho!… y por último, momento después,
se rompen los fuego sobre la batería San José, á cinco mil metros poco mas o menos y trábase el combate reñido, ardiente,
vigoroso, entre una ardiente lluvia de proyectiles, sin tregua durante casi
todo el día.
¿Quién mandaba esa batería? acaso
la voz justiciera ha callado por negligencia ú olvido ante la figura arrogante,
ébria, valiente, del que supo defender en su puesto hasta el último instante el
honor nacional?
Nadie se ha cuidado de ofrecer un
homenaje á ese hombre, digno de figurar en historia, mas ese nombre quizás modesto antes, pero glorioso
entonces, se pronunció de boca en boca en el campamento, cuándo á su apagáronse
los fuegos del enemigo, completamente desalojado de sus posiciones. El que así
merecía ardiente enhorabuena de sus jefes, era el sargento mayor de artillería,
comandante desde pocos días antes de la batería de San José, Augusto César Soto!
Arica, palpitante entusiasmo,
contempló ese combate singular con el que concluyó el memorable días 5, viendo
sin embargo maniobrar al enemigo, que avanzó su infantería por la quebrada de
Azapa hasta la hasta tus mismas alturas, posesionándose á retaguardia de la
plaza y quedando la artillería en los altos de Lluta y la caballería en un
punto denominado Carpas.
Llegó el gran día 6, precursor
del inmortal sacrificio y el cuadro terrorífico y sublime, principió á
desarrollarse. Como rayos desgajados del cielo, como planetas de fuego lanzado
desde el espacio, cayeron, se cruzaron, se confundieron, produciendo un solo
encendido, espantoso, devorador, inextinguible, los proyectiles de la escuadra
enemiga, las baterías de tierra colocadas en la cúspide de los cerros, la
batería de la plaza brillantemente dirigía y los célebres fuegos del «Morro,»
una de cuyas bombas alcanzó al «Cochrane» y cubierto en un instante de
denso humo, y puesto en fuga cobardemente.
A esta retirada, sucedió la
retirada violenta de la escuadra enemiga, que ya avanzaba por las Carpas; -dos
tiros seguros, fijos, inevitables, bastaron para dispersarla.
¡Ah! nunca hubiera parecido,
risueña, indolente como siempre la aurora del día 7.-Era el memorable lúnes, desenlace de la mas heróica de las jornadas guerreras.
Apenas rompía el alba el denso
velo, atronaron los aires los estampidos de la fusilería, del cañón y la
metralla. El heróico batallón «Granadero de Tacna» y
la batería del Este sostenía los fuegos, llevándolo horrorosa desolación Joel
espanto por todos los ámbitos del campamento. El heróico combate era casi
cuerpo á cuerpo, sucumbiendo gloriosamente, formando murallas con sus cadáveres
palpitantes, y ríos con su sangre generosa, los hijos de la denodada Tacna.
No se impidió el avance del
enemigo sobre la batería, y allí el coronel de Granaderos, el inmortal Arias y
Aragüez, sable en mano, rompas las filas enemigas, troncha las cabezas, como troncha
el huracán los tallos, avanza, derriba, mata, se defiende; pero cae herido de
muerte á la vez y casi en el mismo radio, junto al segundo jefe, Felipe Antonio
de Zela, que seguía sus huellas imitando su heróico valor y bravura.
La defensa por este lado era
imposible -el campo de esta lucha cruenta, donde tantos generosos corazones
alentaban, se había convertido en un vasto cementerio!
Los valientes artilleros muertos
al pié de sus cañones, los poquísimo sobrevivientes del batallón Granaderos,
haciendo fuego todavía en retirada, herido los unos, en la mansión de la gloria
casi todos!
Igual prodigio de heroísmo se
repetía en las baterías de Cerro Gordo, defendida por el batallón artesano de
Tacna.-Allí nuestros valientes, defendiendo el puesto á fuego y bayoneta, caían
vencidos mas que por el valor de los
contrarios, por la superioridad inmensa del número.
Apoyada por el bravo batallón
Tarapacá al mando del valiente comandante, héroe y mártir, don Ramón Zavala,
batían en las alturas con el arrojo y denuedo dignos de las épocas guerreras
legendarias.
Estos batallones perecieron así por
completo, comprando la aureola de tanta gloria, con la sangre generosa del
abnegado patriota, el heróico Ramón Zavala.
El batallón Iquique avanzaba
entonces sobre la derecha de San José con el ánimo de reforzar el Morro,
haciendo esta horrorosa travesía, con el valiente jefe á la cabeza Roque Sáenz
peña, á paso de trote y bajo los juegos interesantes del regimiento Lautaro que
atacaba las baterías del Norte por retaguardia.
Allí se lució la última y mas
difícil defensa de los atrincheramientos… allí brilló el valor, la grandeza del
alma del fuerte, junto á la barbarie desencadenada y horrible de un enemigo
despechado y aunque victorioso, completamente humillado.
Allí principiaron, después de la
defensa inmortal y el inmortal ataque, las densas sombras que cubrieron el
brillante cuadro; allí inició lo que venía á eclipsarlo todo, el asesinato alevoso
de los que, pudieron sobrevivir á tan gloriosa hecatombe!
Cayeron bajo el salvaje corvo
de las laureadas cabezas de jefes, oficiales y soldados; fueron sometidos al
bárbaros repase, digno de Chile, los heridos-allí principio el
sacrificio cruento, con la muerte del heróico Bolognesi, del valeroso é
infortunado Moore, de Ugarte, de Mariano Bustamante, de Armando Blondel, de
Clemente Martínez, de Tomas Otoya, ¡Oh
la lista es innumerable!
Allí fueron heridos Roque Saenz
Peña, Daniel Corzo, Miguel Espinoza Rios y Trelles ¿y los demás?… arrojados en espantosa
confusión, palpitantes todavía, muertos y heridos, á las profundidades del Oceano.
¡Iguales escenas se repetían en
las calles y plazas con individuos indefensos!
Entre tanto por el lado Norte
atacaban las baterías del regimiento de Lautaro, mientras la caballería
protegida por la artillería colocada en las alturas de Lluta avanzaban sobre la
derecha.
San José, como el primer día,
rompió valientemente los fuegos protejiendo las baterías y atacando á la
caballería enemiga que avanzaba siempre. Santa Rosa al mando del 2° jefe de la
brigada don Manuel Martínez y del mayor García Goytizolo, defendían la
retaguardia dirijiendo sus tiros sobre Lautaro. Solo el 2 de Mayo permanecía
mudo por la disposición del montaje, no obstante sus valiente defensores no cesaban
de hacer fuego de caballería sobre el enemigo.
El asalto del Morro iba ya á consumarse
y San José continuaba siempre el ataque nutrido y horroroso, hasta que llegó un
instante en que, en cumplimiento de una órden del Comandante General el bravo
Bolognesi, su valiente comandante Augusto César Soto, dispuso la retirada de la
tropa sobre el 2 de Mayo, lo que se efectuó bajo los terribles juegos de la
artillería enemiga, procediendo inmediatamente á hacer volar ese fuerte reducto
que durante tres días puso á raya al invasor.
Santa Rosa siguió la misma suerte
y así todas la batería del Norte fueron destruidas casi instantáneamente.
Los prisioneros tomados allí por
el 2° de línea chileno, vaciaron entónces por todos los horrores de una agonía
anticipada; colocados al pié de la muralla para ser fusilados, presenciaron los
excesos de una turba delirante, ébria con los vapores…, sedienta como los chacales
del horroroso festín, llamado asesinato!
Esa noche, noche inolvidable, Arica
envuelta en…
El llanto de los débiles, la
blasfemia de los impotentes, las maldiciones aisladas del patriotismo herido,
junto con el ronco y estridente grito del salvaje vencedor, formaban, acaso un éco
discordante, pero unísono que rasgaba los aires.
Todavía el día 12 era posible
contemplar los últimos restos de éste incendio formidable, protector del
saqueo; de la violencia cruel, dile asesinato inaudito.
Cubramos con un velo que la
historia se encargará de descorrer, tan monstruoso cuadro, iluminado no
obstante por una figura imperecedera como el mundo, la gloria que al Perú en
tan inmortal jornada!
Carolina Freyre de
Jaimes
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